Domingo otra vez
La veo bajar del auto, abrir la puerta trasera
y rodear al bebé con sus brazos para sacarlo de la sillita. Lo cubre del viento
y del frío. Entra a la panadería, le arregla la remerita que le quedó enrollada
en el cuello. Le limpia los moquitos con un pañuelo de papel –nosotras lo
hacíamos con pañuelos bordados de tela-. Lo acuna mientras la empleada la
atiende. Se las arregla para sacar el monedero, pagar y llevar en un brazo la
compra y en el otro continuar cargando el bebé hasta regresar al auto.
Y no puedo dejar de pensar en cuántas veces se
repitió esa escena con mis tres hijos. Cuántas veces los abracé, los cubrí, les
limpié los moquitos o las bocas pegajosas de dulce de leche. Cuántas imágenes
repetidas que jamás significaron un peso, una queja, un dolor de espalda… pero
sí un esfuerzo por mantenerlos seguros, abrigados, limpios, bien vestidos, bien
alimentados.
Y sigo pensando en las madres que abandonaron a
sus hijos, o los dieron en adopción… y en esos hijos buscando a sus madres bajo
cielo y tierra… Y me pregunto por qué merecí el abandono de ellos después de
tanto esfuerzo.
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